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CAPÍTULO VIII

COSAS DEL MAR EN EL OCCIDENTE  ASTURIANO

El mar o la mar y Tapia de Casariego están indisolublemente unidos para siempre. Lo están porque Tapia está  como incrustada en el mar, anclada en él. Lo están porque Tapia vive del mar y en el mar. Antes por la pesca que a diario traían sus barcos. Ahora, por el turismo que se alimenta del mar y su entorno. También se unen el mar y Tapia por su playa y sus olas que la han convertido en paraíso del surf.

Es difícil haber vivido en Tapia y no estar profundamente prendado del mar. Y, en mi caso, se unían mis años de infancia anteriores a la llegada a esta villa, pasados en Ribadeo, en los que había acompañado con frecuencia a mis padres navegando por la ría o pescando por la costa, con la experiencia vital del muelle de dicha población en la que había pasado a residir. El muelle de Tapia era, para los niños de entonces, de una profunda atracción. Nos quedábamos extasiados ante un barco de pesca que entraba o salía del puerto, ante la descarga de pescado en cajas que se apilaban o arrastraban hasta la cercana Rula o Pósito de Pescadores, ante los preparativos de las redes de un pequeño bote de remos o vela que se disponía a salir para pescar de noche, ante la subida a bordo de los marineros listos para zarpar. Todo era objeto de admiración y contemplación. Conocíamos a todos los barcos y botes de pesca de Tapia. Veíamos una y mil veces su puente, su casco con el nombre en un costado, la imagen de la Virgen que solían llevar todos ellos en el frente del puente o adosada a un palo.


                            Tendiendo redes y rederas reparándolas en el muelle de Tapia

Cuando salían a navegar o regresaban, solían tocar su sirena, saludando a los suyos o avisándoles de su llegada. También servía para que las compradoras de pescado supieran que se acercaban al puerto para subastar la pesca. Oíamos, también, el rugido alegre de la sirena de la Rula cuando avisaba del inicio inmediato de la subasta de pescado del día. Entonces se concentraban compradores y curiosos en el pequeño local de las subastas, con la presencia de los marineros de las diferentes embarcaciones. Y se iniciaba el ritual cotidiano de la venta de la pesca llevada a la Cofradía de Pescadores,  con el monótono fluir de la voz del rulero recorriendo los precios, hasta que alguien paraba la subasta y se quedaba con el correspondiente lote depositado en cajas en el suelo.


                                     Grupo de pesqueros amarrados en el muelle tapiego

Este espectáculo grandioso, a la par que el ver las piezas en las cajas o directamente sobre el suelo, con el corro de gente alrededor, sumida esta escena en un profundo olor a pescado y a mar, era un verdadero hechizo para los niños. Más de uno soñaba con ser marinero como aquellos cuando fuera mayor, para ir allí, como un triunfador, a vender el producto de su noche o sus días de pesca ignorando, sin duda por la corta edad, las penurias y sacrificios de aquellos rudos hombres de mar curtidos por la crudeza del Cantábrico.

Por eso, porque Tapia era toda ella marinera, de profesión o de corazón, dolían tanto en el alma del pueblo las desgracias y catástrofes sufridas por la gente del mar y por barcos del pueblo. Y aunque se sale algo del tiempo de mi estancia en la villa, tengo en mi mente gravada la conmoción, duradera a lo largo de días, del hundimiento de un pesquero de Tapia cuando ya me había trasladado a vivir a Ribadeo, pero mi padre seguía siempre los acontecimientos de la villa tapiega, que luego comentaba en casa. Se trató de la embarcación Ramona López. El accidente se produjo cuando regresaba a puerto, tras terminar sus tareas pesqueras. A la altura de la Peña de El Hórreo y a poca distancia ya del puerto, tuvo una avería. A causa del fuerte oleaje existente en aquellos momentos la embarcación se fue hacia la roca citada. Al parecer arrojaron al agua el bote de remolque y se lanzaron al agua para alcanzarlo. Otros dos marineros se quedaron a bordo. Posiblemente, debido al peso de los ocho hombres, ese bote volcó y todos cayeron al agua. Otro barco que se encontraba cerca acudió para tratar de remolcar al Ramona López, logrando al llegar a éste salvar a los dos marineros que se habían quedado a bordo, así como a dos de los naúfragos a los que rescataron de entre las olas. Los otros seis marineros desaparecieron. Estos eran, según he podiodo saber por una noticia del ABC del 11 de noviembre de 1960 Julio Vijande Ribas, Ramón Loceda Lanza, José Pérez Fernández, Enrique Pérez Marqués, Baldomero Fernández Blanco y SantiagoRodríguez. Los supervivientes habían sido Juan Marinas Pérez, motorista del barco, José Lanza Trelles, Balbino Maceda y José Manuel Rodríguez.

Murieron todos o varios de los marineros cuando regresaban a puerto. La tragedia fue terrible y sobrecogedora. Tanto que toda España tembló y lloró al oír, en el popular programa Ustedes son formidables, de Alberto Oliveras, el relato del naufragio y la descripción de la catástrofe. Con la aportación económica de miles de españoles  se pudieron aliviar algo las penas de los familiares afectados por aquel suceso. Hubo otros tristes acontecimientos en la mar que afectaron a Tapia, pero no alcanzaron las feroces dimensiones de aquel naufragio.


                                                      Otra vista del muelle en la bajamar


En mi caso, estas vivencias marineras se vieron agrandadas por las numerosas veces que acompañé a mi padre a pescar con caña por la costa. Solíamos ir hacia el este, por las escarpadas rocas que hay más allá del lugar en el que estaban ubicadas las fábricas de conservas. Íbamos a poca distancia y, en aquellos roquedales, solían pescarse maragotas, sargos, fanecas, pintos y alguna que otra lubina, que en esta zona denominamos robaliza. En otras ocasiones acudíamos a pescar a un lugar más cómodo. Se trataba de alguno de los dos espigones exteriores del puerto de Tapia. En ellos, lanzando hacia fuera,  favorecidos por el frecuente oleaje, era normal pescar sargos y robalizas en las aguas revueltas, junto a las rocas que allí existen.

Con todo ese bagaje, unido al sentimiento popular sobre el mar que había en Tapia y a las muchas idas y venidas a la playa, todos crecíamos enamorados del mar. Y así fue mi caso, lo que ha perdurado, aumentándose, a lo largo de toda mi vida. Pero Tapia y su muelle fueron el germen inicial.

El mundo de la pesca constituía, como decimos, una parte básica del pueblo. De él podemos recordar algunos nombres y personajes protagonistas de esos años. Así, el Patrón Mayor José Señeriz, junto a Manuel Méndez, Luis González Vigier, Ramón Santamaría, Manuel López,  Francisco Méndez Presno, José Arias, José Ramón Díaz, los armadores Angel y Adolfo Pola, Juan y Manuel Mariñas. También, las exportadoras de pescado Carmen Pérez Loza y Amalia López, Y, como no, el rulero de la Cofradía de Pescadores, Casiano Cuervo. Las especies más habituales en las subastas de la Rula eran las de bonito, sardina, bocarte, paparda, chicharro, abadejo, rodaballo, raya, congrio y los clásicos mariscos langosta, centollo, nécora y percebes.

Había, en aquellos años, algunas fábricas de conservas de cierto prestigio. Estaban ubicadas a la salida del pueblo, por la costa, en dirección este. Eran las fábricas de Conservas Albo, Conservas A. Bravo, Conservas Terín y la de los señores Fernández y Peláez. El bonito, la sardina y la anchoa eran los principales productos enlatados.

En los años que estamos recordando, de 1956 a 1958, la vivencia marítima de Tapia era muy intensa y profunda. Por este motivo, El Faro de Tapia, como no podía ser de otro modo, dedicaba casi siempre noticias, artículos y reportajes relacionados con el mar y sus gentes. Citamos, a continuación, algunos ejemplos de  esto.

La costera de algunas especies eran objeto, en ocasiones, de una portada del periódico, tal como la que señalaba Comenzó bien la costera del bocarte. Mas de cien mil kilos capturados en tres días. Se decía en ese reportaje que era tal la abundancia de la pesca que se llegaron a juntar, para su descarga en el muelle de Tapia, hasta dieciséis embarcaciones. La mayor parte de esta abundante pesca fue a parar a las fábricas de conservas del pueblo. Se terminaba indicando que se habían vendido en tres días, 101.056 kilos de bocarte en 271.724 pesetas. Poco después, le llegaba el turno a otra costera: la del chicharro, en la cual y en un solo día, se habían subastado en la Lonja de Tapia unos cincuenta mil kilogramos de esta especie, por un importe de 125.000 pesetas, la mayoría de las cuales pasó, también, a las citadas fábricas locales.


                                                  Llegada a puerto con una buena marea

O, lo que se contaba en las páginas del periódico, en el verano de 1957 bajo el título de Las fábricas adquirieron importantes partidas de chicharro. Se señalaba que, a principios de junio, había tal cantidad de abadejo en las costas del Occidente Astur como no recordaban los más viejos del lugar. Pero, el mal tiempo vino a continuación y arruinó la pesca de esos días. Se esperaba, con expectación, la costera del chicharro y,  a finales de julio, apareció una gran cantidad de esta especie. Las fábricas compraron toda la producción a este precio. Se comenzó vendiendo a 2,50 y 3 pesetas, para caer los precios  hasta una peseta el kilo. La costera del bonito no resultó precisamente lucida.

Pese a lo anterior, con frecuencia aparecían en El Faro comentarios sobre los bajos precios pagados por las especies subastadas, en contraste con los precios de venta en las distintas plazas o de las latas de conserva. Así, por ejemplo, en una ocasión se comentaba “...Los precios de subasta en lonja han sido bajos, sobre todo para la sardina, que se pagó a un máximo de seis pesetas kilo, la de tamaño grande, mientras la de mediano no llegaba a las cuatro pesetas...Nos imaginamos los comentarios de las amas de casa de tierra adentro, una vez que hayan leído estas líneas. Ya nos suponemos que ellas han tenido que pagar este pescado a precios posiblemente tres veces superiores. Esto revela que los intermediarios siguen obteniendo beneficios muchos mayores que los pescadores. Pero eso hace mucho tiempo que todos lo sabemos...”

En otras ocasiones, se trataba de dar noticia de nuevas lanchas que pasaban a engrosar la lista de embarcaciones amarradas en el puerto tapiego. Era el caso, en el verano de 1957, de la botadura de la embarcación Sonrisa del Cantábrico.  Era una sencilla lancha de casco de madera, construida artesanalmente, a la que su dueño puso como nombre un conocido slogan de Tapia.


   El "Sonrisa del Cantábrico" en las aguas interiores del muelle de Tapia después de su botadura

Con frecuencia, debía darse noticia de destrozos causados por el mar embravecido, tras algún temporal de sudoeste o de noroeste. Estos, azotaban de vez en cuando los diques de entrada al puerto y las rocas del entorno. En una ocasión, el 7 de enero de 1958, se titulaba Un golpe de mar arrancó de cuajo una torreta de señales en el puerto. Era en la primera quincena de un mes de diciembre, duro como casi todos  los años. Un fuerte temporal había descargado sobre toda la costa norteña y el litoral de Tapia.  Ante el estado de la mar, los pescadores  vararon con prontitud sus lanchas en tierra. Las olas saltaban furiosas sobre las defensas del puerto y corrían por el interior de la dársena hasta llegar a los muelles de descarga. Por la noche, de uno de esos días, un fuerte golpe de mar arrancó por su base una de las torretas de señales luminosas del puerto. Ese mismo temporal dejó sin luz a la mayor parte de los vecinos del pueblo y  proximidades.


    Un día de temporal en el Cantábrico con las olas saltando por encima de los diques del muelle de Tapia

En el mismo número de la noticia anterior, que llevaba el número 25, se publicaba un interesante artículo titulado Pescando al arrastre a bordo del Huerta, firmado con el seudónimo de Cheva. Este seudónimo y el contenido, profundamente conocedor de la vida del mar, me hace pensar que  fue escrito, posiblemente, por mi tío Salvador Díaz Echevarría. Narra la vida de los marineros, en un día cualquiera de trabajo, a bordo de un buque de pesca de altura. En este caso era el Huerta que tenía su base en Ribadeo y pertenecía a los armadores Hermanos Basanta.

En el número de  mayo de1958 se da cuenta de la inauguración de un nuevo edificio de La Cofradía de Pescadores de Tapia. Se decía que constaba de la nueva Lonja y sus servicios anexos y había sido construida por el Grupo de Puertos de Asturias. Al acto inaugural asistieron el Jefe del Sindicato Provincial de la Pesca, el Ingeniero Inspector de Puertos del Norte de España y el Ingeniero- Jefe del Grupo de Puertos de Asturias, señores Escotet, Alvárez Castelao y Argenti respectivamente.

Una noticia de diferente matiz, pero relacionada con el mar, saltaba en las páginas del número de setiembre de 1958. Se presentaba una entrevista con Juan Tomé Morán, experto en pesca submarina, al que se presentaba como campeón de natación y excelente submarinista ovetense. En la entrevista citada, manifestaba que Tapia reunía condiciones excelentes para la práctica de este deporte de la pesca submarina, que en esos años se practicaba en inmersiones a pleno pulmón, con gafas y aletas como único equipamiento, junto a unos largos fusiles franceses de muelle... y estando siempre preparados para una inmersión de minuto o minuto y medio, para lo cual procuro- decía- saturarme de oxígeno mediante aspiraciones muy profundas y continuadas, empleando, por tanto, la mayor cantidad de aire necesaria para el consumo habitual de superficie, con lo cual queda siempre una buena reserva...



Y, en otro orden de cosas pero relacionada con el mar, se ponía en marcha en Tapia, en el año 1957, la extracción de algas para su venta a una empresa que obtenía de ellas el producto conocido como agar-agar. Se trataba de la variedad de algas conocida como gelidium. Con base en Ribadeo, en la ensenada de la Villavieja, se instaló una pequeña industria que obtenía este valiosísimo producto, empleado básicamente para fabricados farmacéuticos,  a partir de una de las variedades de algas más abundantes por las costas del litoral norteño de Lugo y Asturias. Estas algas aparecían con frecuencia depositadas sobre la playa de Tapia y las diversas calas de la costa del Occidente de Asturias. Sucedía esto, generalmente, después de días de mar de fondo intenso, tan frecuentes en nuestro litoral. Se producía entonces el desprendimiento de numerosas algas que el mar arrastraba, después, hasta las playas. De este modo, la de Tapia aparecía en esas ocasiones cubiertas de estas grandes algas.  Se organizó entonces la recogida masiva de las mismas para venderlas a esa planta extractora ribadense de agar-agar y a otra existente en Oviedo. Por iniciativa de la Organización Sindical de Tapia, numerosos agricultores de la zona bajaban con sus carros hasta la playa de Tapia, recogían las algas, las cargaban sobre aquellos y las transportaban hasta camiones que habían de llevarlas a Oviedo o Ribadeo. Con esto se lograban unos ingresos adicionales para los agricultores de la zona de Tapia y, a la vez, se limpiaba la playa de estas algas que, lógicamente, perjudicaban el uso del arenal en esas ocasiones. Esta recogida de algas llevaba a pagar a quienes las extraían, cantidades que iban desde 0,50 a 2,25 pesetas por Kilogramo recogido. El agar-agar  obtenido se exportaba al extranjero, principalmente a Estados Unidos. Este asunto llegó a salir publicado en las páginas del diario madrileño Pueblo, en un artículo del periodista, amigo de Tapia, Juan Luis Cabal Valero.


            En ocasiones la playa aparecía cubierta de algas como éstas,en grandes cantidades, que se recogían para su aprovechamiento industrial



Un grupo de chicos observando las tareas de la recogida de las algas en la playa

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